La Iglesia Católica proclama que la vida humana es sagrada y que la dignidad de la persona humana es el fundamento de una visión moral de la sociedad. Esta creencia es la base de todos los principios de nuestra enseñanza social. En nuestra sociedad, la vida humana está bajo el ataque directo del aborto, la eutanasia y la pena de muerte. Creemos que cada persona es preciosa, que las personas son más importantes que las cosas y que la medida de cada institución es si amenaza o mejora la vida y la dignidad de la persona humana.
La persona no solo es sagrada sino también social. La forma en que organizamos la sociedad en economía y política, en leyes y políticas afecta directamente la dignidad humana y la capacidad de los individuos para crecer en comunidad. El matrimonio y la familia son las instituciones sociales centrales que deben ser apoyadas y fortalecidas, no socavadas. Creemos que las personas tienen el derecho y el deber de participar en la sociedad, buscando juntos el bien común y el bienestar de todos, especialmente de los pobres y vulnerables.
La tradición católica enseña que se puede proteger la dignidad humana y que se puede lograr una comunidad saludable solo si se protegen los derechos humanos y se cumplen las responsabilidades. Por lo tanto, toda persona tiene el derecho fundamental a la vida y el derecho a las cosas necesarias para la decencia humana. Correspondientes a estos derechos están los deberes y responsabilidades, entre nosotros, con nuestras familias y con la sociedad en general.
Una prueba moral básica es cómo les está yendo a nuestros miembros más vulnerables. En una sociedad marcada por la profundización de las divisiones entre ricos y pobres, nuestra tradición recuerda la historia del Juicio Final (Mt 25: 31-46) y nos instruye a poner en primer lugar lo de los pobres y vulnerables.
La economía debe servir a las personas, no al revés. El trabajo es más que una forma de ganarse la vida; es una forma de participación continua en la creación de Dios. Si se quiere proteger la dignidad del trabajo, se deben respetar los derechos básicos de los trabajadores: el derecho al trabajo productivo, a un salario decente y justo, a la organización y afiliación de sindicatos, a la propiedad privada y a la iniciativa económica.
Somos una familia humana independientemente de nuestras diferencias nacionales, raciales, étnicas, económicas e ideológicas. Somos guardianes de nuestros hermanos y hermanas, estén donde estén. Amar a nuestro prójimo tiene dimensiones globales en un mundo que se encoge. En el centro de la virtud de la solidaridad está la búsqueda de la justicia y la paz. El Papa Pablo VI enseñó que si quieres la paz, trabaja por la justicia. El Evangelio nos llama a ser pacificadores. Nuestro amor por todas nuestras hermanas y hermanos exige que promovamos la paz en un mundo rodeado de violencia y conflicto.
Demostramos nuestro respeto por el Creador mediante nuestra mayordomía de la creación. El cuidado de la tierra no es solo un lema del Día de la Tierra, es un requisito de nuestra fe. Estamos llamados a proteger a las personas y al planeta, viviendo nuestra fe en relación con toda la creación de Dios. Este desafío ambiental tiene dimensiones morales y éticas fundamentales que no se pueden ignorar.